El amo de la sumisa
El hombre decidió tomar mayor posesión de ella y, mientras subía los escalones deslizó sus manos bajo la falda de la joven. Sus muslos, firmes y blancos eran un premio para las manos de su amo, que se dedicó a masajearlos. Ella temía que alguien bajara por la escalera y contemplara la escena y ese temor, unido al súbito temblor que le produjo el contacto de las manos de su dueño le hizo perder el equilibrio y caer de nuevo a cuatro patas. El hombre se enfadó...