Noe Casado (Pijas y divinas)

2. Negando la realidad 


Una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de trampas, errores, química sexual, romanticismo y mucho erotismo. De una boda, en teoría, sale otra boda. Chorradas. ¡Qué más quisiera yo! Porque os seré franca, quiero casarme cuanto antes, pero no me sirve cualquiera.

 3. A mi manera 


No me preguntéis por qué, pero es así. Si un jefe se enrolla con una subordinada se entiende, se tolera, incluso se halaga y aplaude. Sin embargo, cuando el jefe es una mujer, se critica, se censura y si, al final la cosa acaba mal, es ella quien paga el pato. ¿Me equivoco?
De mí se dicen muchas cosas: que soy altiva, déspota, adicta al trabajo, metódica en exceso, inflexible..., pero no son más que halagos, por supuesto.
A pesar de todo cometí el error de mirar de forma poco profesional a Fernando. Si él se percató, no dio muestras de ello, y como ocurre el noventa y nueve por ciento de las veces, cuando alguien te gusta, te portas como una auténtica hija de perra. Tenía el poder para hacerlo y lo hice. Mi lado más competitivo salió a la superficie y metí la pata.
Hace poco más de dos años organizamos en la empresa una fiesta para agradecer a mi padre sus años de dedicación y pasarme a mí el testigo. No era más que una maniobra de imagen porque, de facto, yo ya tenía las riendas. Una fiesta elegante, todos con sus mejores galas y, en un momento de torpeza inexcusable, se me volcó la copa y le manché el traje. Justo a él, no podía haberme pasado con otro invitado. No, fue con él.
Y allí ocurrió lo impensable...

4. Aquí me tienes 


¿En qué consiste exactamente comportarme como un hombre, según mi padre? Además, claro está, de tener contenta a una niña pija para que su padre financie un negocio. Un proyecto que se fue al garete porque la susodicha me ha dejado plantado. A mí, a Simón de Vicentelo y Leca, por un tipo sin pedigrí. No la culpo, aunque las consecuencias no me van a gustar.
Sí, os sorprenderá que aún se den situaciones como ésta, aunque debéis entender mi postura. Desde que tengo uso de razón mi única meta en la vida ha sido... bueno, la verdad es que no he tenido ninguna aspiración concreta, me bastaba y sobraba con vivir rodeado de comodidades, evitar sobresaltos, codearme con gente de mi círculo social y encontrar a la mujer que encaje en todo esto.
Era una idea estupenda que se ha ido resquebrajando poco a poco. Y para un urbanita convencido como yo, el peor castigo es, sin duda, tener que pasar dos meses en un entorno rural en el que puede suceder de todo, y me temo que nada bueno.
¿Sobreviviré?

 5. Sin ir más lejos 

Soy el ejemplo perfecto de mujer florero. Durante toda mi vida me han aleccionado para ello y he cumplido a la perfección mi papel.
Pero de repente la realidad se impone, y no de forma suave, no, sino con un bofetón cruel que te deja desorientada y sin saber qué hacer. Lógico si rara vez he pensado por mí misma; primero mis padres y después mi marido se han encargado de tomar las decisiones importantes de mi vida.
Así pues, no me queda más remedio que buscar una salida; el problema es que no sé ni por dónde empezar.
De ahí que, agobiada, casi arruinada y sin perspectivas de mejora, acabe pidiendo ayuda a quien sé que me la va a negar, pero ¿Qué alternativa me queda?

6. Mis malos hábitos y tú 


Nunca he sido responsable, ni creo que alguna vez vaya a tomar ese camino. ¿Merece la pena? Pues no.
Vivo de puta madre en mi mundo lleno de excesos (todos los que se os pasen por la cabeza, sí, y muchos más que no imagináis) y no tengo que preocuparme de nada.
El problema es que, según mi familia, he llegado a un estado de descontrol tal que deciden (vaya estupidez) cortarme el grifo y meterme en vereda.
Así que me veo obligado a mantener una farsa, ingresar en un centro de desintoxicación y aguantar el chaparrón.
Si piensan que van a cambiarme, lo tienen claro.
Me gusta mi vida tal y como es, así que la psicología barata y una reclusión no van a hacerme cambiar.
Las familias ricas esconden sus problemas y yo lo soy, así que sin importar lo que cueste cada mes el centro de rehabilitación, me veo obligado a ir.
¡Con lo bien que invertiría yo ese dinero en juerga!

7. Entre líneas 


Hace ya tiempo que dejé atrás mi apodo de marquesita (cosas de instituto pijo) para centrarme en mi carrera profesional como periodista, cosa que a mi familia no le hizo mucha gracia pero que, al final, aceptó. He trabajado duro para que mis apellidos queden al margen y se me valore por mí misma.
Mi sueño era lograr formar parte de la dirección del periódico por el que tanto había sacrificado. Sin embargo, me llevé un jarro de agua helada cuando el director me dejó fuera e incorporó a los puestos de mando a un extraño, un enchufado con el que pronto surgieron desavenencias; un tipo sarcástico e insufrible al que le pusimos varios motes, entre ellos, «el sádico del rotulador rojo».
Y ahora, cuatro años después, la historia se repite.
Ha quedado vacante el puesto de director y, ¿a que no imagináis quiénes son los dos candidatos?
Exacto, él y yo.
Guerra sin cuartel.
Todo vale.
Esta vez no me van a dejar fuera.
El puesto es mío, me lo merezco.