Fuera de un evidente destino
La tierra no tiene memoria.
El viento se nutre de polvo, de matas rodantes, del reloj de huellas borradas y de nubes dispersas. Ahora que mi gente de esas mismas nubes está hecha y con esas mismas pisadas ha caminado, ya no hay más que esperar. No estará Kokopelli, el que tocaba la melodiosa flauta, abatida sobre la espalda cuando su espíritu nos abandona al hambre que mata. No estará Orge, el de los dientes rechinantes, ni Soyal, el del mudo triángulo en la boca, ni Nangosohu, que tiene en la cara el lucero del alba. Ninguno de estos olvidados espíritus regresará para devolvernos el reloj vencido, los sentidos adormecidos, la batalla perdida por no haber sido nunca librada.
Nadie.
Quedará el letargo generado por el sueño y el miedo que nos conducirá por el antiguo sendero, el guerrero ardiente, único hijo de esta tierra desde siempre sin memoria.
Y, sin embargo, que desde siempre recuerda.